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Sergio Vila-Sanjuán es redactor jefe del suplemento Cultura/s, de La Vanguardia. Es también autor de Pasando página, El síndrome de Frankfurt, Código best seller, La cultura y la vida, Una crónica del periodismo cultural. Novelas: Una heredera de Barcelona, Estaba en el aire y El informe Casabona. Respondió a algunas de las preguntas -no todas- de nuestro cuestionario el 25 de septiembre.

 

Como periodista especializado en temas culturales por una parte y como persona común por otra, es decir, como herramientas de trabajo y como herramientas de vida, ¿cómo describirías tu relación con tu teléfono, tu ordenador, tu tableta?

El ordenador ocupa un lugar central en mi trabajo desde el año 1987, en que entré a trabajar en La Vanguardia (los diarios en los que había trabajado anteriormente no estaban informatizados). Empecé a usar un smartphone hace cuatro años y le dedico cada vez más tiempo, especialmente desde que entré en twitter, una herramienta profesional formidable. No uso tableta, si he de viajar prefiero el portátil.

 

¿Has modificado tu forma de pensar y estructurar tus escritos respecto a los tiempos en que carecíamos de herramientas digitales? ¿Cómo han cambiado el ordenador u otros dispositivos y recursos digitales tu método de trabajar?

Lo más importante que las tecnologías digitales me han brindado es el cambio en el acceso a la información. La digitalización de hemerotecas y fondos bibliográficos, el acceso a bibliotecas y archivos vía internet, el mismo sistema de correo electrónico, han transformado la profesión. Cuando yo trabajaba en El Correo Catalán, a principios de los años ochenta, documentar artículos constituía una cuestión complicada que podía llevarse a cabo gracias a la memoria, a las carpetas personales y al buen hacer de la archivera del diario, pero la consulta inmediata y extensa que puede hacerse hoy en Internet es realmente otra cosa.

En aquellos años, escribíamos los artículos a máquina y luego se repicaban en el taller. El índice de erratas resultaba abultadísimo. El trabajo informatizado ha permitido aligerarlo mucho.

Otro elemento a tener en cuenta es el hecho de trabajar sin el ruido de las máquinas de escribir, que como el densísimo humo del tabaco, constituía un ingrediente inseparable de las redacciones hace treinta y tantos años. No sé si eso permite pensar mejor…

En aquella época cuando llamabas a tus fuentes lo hacías desde el teléfono fijo que compartías con otros compañeros, y se enteraba toda la redacción. El correo electrónico y el teléfono móvil han cambiado para bien esta situación, que a menudo alcanzaba ribetes cómicos (porque no todas las llamadas eran profesionales).

Los nuevos instrumentos me han permitido tanto mejorar la calidad de mis artículos como poder escribir en dos o tres años libros a los que en épocas anteriores hubiera tenido que dedicar toda una vida. Y me refiero tanto a trabajos de investigación, como el que dediqué al mundo editorial español (Pasando página, 2013) como a mis novelas, combinación de memoria familiar y crónica histórica de la Barcelona del siglo XX.

En mi primera novela, Una heredera de Barcelona, abordé la figura de mi abuelo, un periodista de los años veinte. Antes de ponerme a trabajar, me bajé más de mil documentos en los que aparecía mencionado gracias a los archivos digitalizados de dos diarios barceloneses de la época. Eso, diez años antes, hubiera sido imposible. Por tanto, debo a las tecnologías digitales buena parte de mis libros de periodismo y también mi conversión en novelista.

 

En tu condición de responsable de cultura en un suplemento de un medio de gran influencia, ¿cómo percibes la transformación del lenguaje escrito que hoy se opera en los medios digitales?

Hay una transformación obligada, por necesidad de síntesis, en los mensajes de twitter. Pero no la veo tan clara en artículos y reportajes. El buen periodismo y la buena prosa sobreviven bastante bien en el paso del formato papel al formato digital.

 

En el trasvase de la escritura de un soporte analógico a un soporte digital, ¿cuáles son los conflictos más relevantes que se detectan desde la posición que tienes en un diario de máxima difusión? ¿En ese sentido qué preocupaciones que afectan a la escritura misma, al lenguaje, te inquietan más?

Nuestro suplemento traslada al papel solo una parte, y no mayoritaria, de nuestros contenidos. Y la escritura constituye solo uno de los problemas que plantea el trasvase de información cultural de un soporte a otro. En el caso del suplemento Cultura/s, un problema previo es el formal: nuestra publicación ha buscado, desde su lanzamiento en el año 2002, ofrecer un diseño y una presentación especialmente cuidados, que sorprenda y le de brillo y carácter en tanto que objeto de lectura. Eso genera un primer problema de “traducción”. Nosotros, por ejemplo, en el formato papel hemos trabajado mucho con frisos de imágenes con comentarios autónomos que apoyan, pero no ilustran, el texto central de un reportaje. Eso resulta complicado de trasladar a la edición digital de La Vanguardia, que tiene su propia lógica y otras formas de captar el interés visual del lector.

 

Podríamos decir que está naciendo un nuevo lenguaje híbrido en el que se integrarían registros que hasta ahora iban por separado —palabra escrita, imágenes en movimiento, sonido…— sumados a nuevas posibilidades expresivas —hipertexto, interactividad, escritura multimodal, mutabilidad permanente del texto publicado…—. La prensa escrita en su versión digital es el escenario que lidera la exposición cotidiana de todas esas nuevas posibilidades. ¿Cómo describirías su presente y cómo visualizas la evolución a futuro de ese nuevo lenguaje escrito?

La idea del texto o reportaje multimedia resulta sin duda fascinante y un campo abierto de experimentación, del que La Vanguardia digital ha publicado algunos ejemplos de primer orden. Pienso, por ejemplo, en El tren fantasma de África, con texto de Xavier Mas de Xaxas y fotos y videos de Poldo Pomés. Para hablar de otros medios, me resulta fascinante y muy innovadora, en el campo del periodismo cultural, la experiencia de WMagazín, que impulsa Winston Manrique Sabogal y donde combinan muy eficazmente distintos formatos para relatar la estancia de Paul Auster en Madrid o las jornadas literarias de Formentor. Yo creo que vivimos un momento tremendamente abierto y que en los próximos años vamos a llevarnos muchas gratas sorpresas.

 

Como innovadores tecnológicos que somos en Fundación Escritura(s), sabemos de la complejidad que tiene mantenerse al día de las permanentes novedades en las herramientas tecnológicas y en los hábitos de lectura y escritura en todo tipo de ámbitos, desde los domésticos a los profesionales. ¿Cómo te afecta a ti esta avalancha? ¿Cómo es el debate en el ámbito de la redacción de un suplemento de máxima difusión?

La Vanguardia ha vivido con mucha intensidad el debate al que aludes, y los redactores de todas las secciones hemos tenido la oportunidad regular de recibir cursillos de formación en nuevas tecnologías que nos han ido familiarizando con todas esas formas de hacer. El debate entre nosotros es permanente, como en general creo que ocurre en toda la llamada “prensa de calidad” internacional, que en los últimos años se ha replanteado muchas cuestiones de procedimiento y rutinas periodísticas. Y gracias a ello, en los mejores casos, ha podido ir superando la “tormenta perfecta” de los sucesivos retos planteados por la revolución digital, las transformaciones de la lectura y la crisis económica.

 

En tu valoración, ¿Qué ventajas sustanciales destacas en los cambios de los nuevos hábitos de lectura y escritura digitales?

Creo que estamos viviendo un cambio de civilización, un momento parecido al que supuso la irrupción de la imprenta a mediados del siglo XV. Las nuevas tecnologías transforman nuestra forma de relacionarnos con la cultura y nos llevan a terrenos inexplorados. Hay un punto de gran fascinación y un punto de vértigo.

 

¿Qué te inquieta o preocupa de la generación de los más jóvenes al respecto del horizonte digital?

Veo que los más jóvenes están desarrollando un tipo de pensamiento muy simultaneísta, esa capacidad de atender a la vez al ordenador, el teléfono, el whatsapp, escuchar una canción… Resulta, como decía antes, una nueva forma de relacionarse con la cultura, que tiene el riesgo evidente de la superficialidad por rechazo casi visceral a la profundización, y al mismo tiempo permite puntos de vista nuevos sobre la realidad.

Por otra parte, espero y me gustaría que los más jóvenes persistan en la lectura en formato papel, que permite una captación más remansada y jerarquizada de las cosas que el formato digital. Tanto por lo que respecta a los libros, donde ya se ha visto que el formato papel tiene larga vida, como en los diarios y revistas. Y que entre otras virtudes permite la de descansar de las pantallas.

 

De tus relaciones con los escritores que colaboran con tu medio y en general del panorama de autores literarios que conoces, ¿qué impresiones recientes tienes de los conflictos de los escritores para adaptarse a la escritura y la publicación digital? ¿Qué autor que respetes crees que va por delante en este proceso de adaptación (¡lo entrevistaremos!)?

Os recomiendo que habléis con Lorenzo Silva, ha publicado varios artículos de referencia (uno de ellos en nuestro suplemento Cultura/s), sobre cuestiones relevantes de propiedad intelectual que plantea el nuevo universo digital.

 


PUEDES LEER ESTA ENTREVISTA, JUNTO A LAS HECHAS A OTROS ESCRITORES Y RESPONSABLES DE MEDIOS, TAMBIÉN EN EL CLUB DE ESCRITURA

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LA CONVERSACIÓN CON SERGIO VILA-SANJUÁN FORMA PARTE DEL PROYECTO DE REFLEXIÓN ¿A DÓNDE VA LA ESCRITURA DIGITAL? QUE DESARROLLA LA FUNDACIÓN ESCRITURA(S) EN EL CLUB DE ESCRITURA

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