Greg Sand
El planteamiento de Historias de familia concentra en buena medida lo que quiere ser el Club de escritura. Esa primera edición de comienzos de 2014, con la petición de una historia familiar que partiera de una foto que también había que publicar, ha dado paso a nuevas convocatorias y nuevos concursos que han buscado mantener ese compromiso con el entorno inmediato del autor, con los espacios fundamentales donde se desarrolla su vida, en un ejercicio de cercanía, de memoria y autoevaluación. Cada año planteamos en el Club nuevos concursos con distintas temáticas y formatos, pero los cuatro que conforman el cuadríptico -con una historia familiar, otra de la calle, otra del trabajo y otra de viajes- le dan a la plataforma una estructura fija, con fechas estables, para vertebrarla. Las propuestas deben servir para estimularos a escribir -quién no tiene una buena historia de familia-, pero también a compartir vuestra historia y a reescribirla, editándola tantas veces como sea necesario, tomando en consideración las observaciones que os hagan los otros usuarios, ejercitando asimismo vuestra crítica y autocrítica en ese espacio de comentarios que debéis gestionar vosotros mismos, facilitando la comunicación entre los participantes (autores y lectores).
Greg Sand
El tema de este primer concurso no es azaroso: Lo difícil es dejarse fuera a la familia cuando uno escribe. La Odisea tiene mucho de historia familiar. También Hamlet, Macbeth o Romeo y Julieta. O Madame Bovary. O Guerra y paz. Funciona bien de saco de historias para el escritor, para buscar sus primeros temas, y con ellos su tono y sus metas. La familia es materia universal: lugar de respuestas para el que escribe y para el que lee lo que otros han escrito, en un ejercicio de introspección que sirve tanto para la autobiografía como para la pura ficción. Es territorio de exploración, porque las distintas fuerzas gravitacionales de cada familia apuntan a los grandes temas. Pero hay que acertar con el modo de abordarlo: saber dar con ese centro que pone en órbita todos los demás elementos.
Dos reflexiones vertebran esta nueva propuesta para escribir una historia de familia.
La primera (que hemos usado otras veces), de W. G. Sebald:
Los álbumes de fotografías familiares son un tesoro de informaciones, nadie puede reconstruir una novela familiar mejor que una imagen.
La segunda, de Sergio del Molino (de su narrador en Lo que a nadie le importa):
Yo tengo que convertir el presente de indicativo de mis abuelos en pretérito perfecto simple, y en la operación estoy obligado a inventármelo todo, porque el presente de indicativo no deja rastro. No recreo una época, sino que la creo desde la nada. Estas supuestas memorias familiares son lo más fabuloso y ficticio que he escrito nunca.
Es la fotografía familiar la que le da a lo cotidiano una permanencia sólida en el tiempo (de ahí muchas veces su carga de teatralidad). Hay muchas historias extraordinarias que son fruto del puro testimonio familiar o que se inspiran en hechos familiares en los que las imágenes -abiertas siempre a lecturas, interpretaciones y comentarios- fueron las protagonistas. Por ejemplo (en el ámbito puramente biográfico): El crítico de cine francés Serge Daney, que solo conoció a su padre, actor, en la pantalla de un cine. O la madre de Fernando Arrabal, que recortó e hizo desaparecer al padre de este en todas las fotografías del álbum familiar.
Nos interesa ese álbum tradicional como organizador de imágenes: Signo inequívoco de una iconografía cotidiana que fija la estructura familiar. Las fotografías tomadas de aquí y de allá convertidas en literatura, porque como álbum tienen un argumento y unos personajes, y la presencia tácita de un narrador que escoge y organiza las fotos de una determinada manera, las censura, hace sus propias elipsis en el tiempo, o intercala otras de otros fotógrafos.
Y nos interesa también ese segundo nivel que supone el tratamiento al que son sometidas por un nuevo narrador, quien tiene que reconstruir con esa imagen el momento que quiso captar el fotógrafo y llevarlo a su presente y usarla para apuntalar su recuerdo, para ubicarse también él (protagonista o no) en esa microhistoria: la actitud con la que el narrador se enfrenta a ese material, a las fuentes de su memoria.
Os proponemos de nuevo tomar de punto de partida una imagen familiar (una foto o una escena de una película doméstica, o incluso un dibujo u otro objeto que tenga para vosotros un claro valor simbólico), que debe aparecer expresamente en la obra. Dar con una imagen que contenga la génesis de una buena historia, sin caer en clichés, y extender luego su sentido con un texto, otras imágenes, vídeos o música. Ponerles rostro a las fotos de Greg Sand. Escribe Bourdieu en Un arte medio: “La práctica fotográfica existe —y subsiste— en la mayoría de los casos por su función familiar, o mejor dicho, por la función que le atribuye el grupo familiar, como puede ser solemnizar y eternizar los grandes momentos de la vida de la familia y reforzar, en suma, la integración del grupo”.
La cita es larga, pero aquí imprescindible. Escribe Ricardo Piglia en Los diarios de Emilio Renzi:
Si me hice escritor, es decir, si tomé esa decisión que definió mi vida, fue también a causa de los relatos que circulaban en mi familia, aprendí ahí la fascinación y el poder que se esconde en el acto de contar una vida o un episodio o un acontecimiento para un círculo de conocidos que comparten con uno los sobrentendidos de lo que se está contando. Por eso a veces digo que le debo todo a mi madre, porque ella fue para mí el ejemplo más convincente del modo de ser de un narrador que dedica su vida a contar con variantes y desvíos siempre la misma historia. Una historia que todos conocen y que todos quieren volver a escuchar una y otra vez. Porque esa es la lógica de la así llamada novela familiar, la repetición y el conocimiento de lo que está por suceder en la crónica de la vida que todos han comenzado a escuchar desde la cuna, porque uno de los ejercicios más persistentes en la familia de mi madre era contarles a los niños esas historias terribles […]
El material que ha proporcionado la familia para cualquier forma de narrativa es inabordable. La familia es al tiempo el ecosistema más básico en el que vive el escritor y un acceso privilegiado a muchos de los temas universales. Una máquina de afectos y de conflictos, ha dicho Piglia.
Con muchos ejemplos en literatura y cine. En el dosier que acompañaba al concurso el año pasado hablamos de los Buendía, de Aviraneta, de los Marías y de los Panero. Pero advertíamos ya que valen también casos menos extraordinarios de sagas familiares, con sus objetos fetiche y su reconstrucción. Para contextualizar Historias de familia: obras que hacen hincapié en los materiales que les han servido de punto de partida para el relato.
O bien con un mayor protagonismo de la imagen. Como en el trabajo que Inmaculada Salinas presentó hace unos años en Visiona, de historias mínimas que desvelaban vínculos familiares: Micorrelatos en rojoestaba compuesto de 7.000 fotografías, 3 imágenes por microrrelato: la que aparecía en la primera hoja de cada álbum, la que ella consideraba más significativa y la que cerraba ese álbum, a las que añadió pequeñas citas de varios autores sobre distintos aspectos de las relaciones familiares.
O en el de Jo Spencer, con su deconstrucción total de las convenciones del álbum familiar, muy atenta a la forma de leer y evaluar los códigos de ese tipo de fotografía: una fototerapia, dijo ella misma, para mostrar los demonios que esconde la fotografía doméstica.
O bien con un mayor protagonismo de la palabra. Como en el caso del mismo Sebald, con su pulsión archivística como embrión de sus historias: una amalgama de textos manuscritos, fotos y recortes para reconstruir pequeñas biografías (reales o ficticias). Pero este dosier nos gustaría centrarlo en los testimonios que recogen nuevas tipologías de familia: al tiempo que la sociedad ha ido incorporando otras posibilidades al grupo que acepta como familia, al ampliarse los márgenes de su comprensión de qué es una familia, también la literatura ha abordado la distintas combinaciones posibles, con una mirada que le exige además al autor una reflexión con varios frentes y un posicionamiento. Nos interesa aquí, por ejemplo, la conversión de roles que conlleva la visión feminista, o los nuevos planteamientos sobre la maternidad, o sobre la paternidad, o sobre la vida en pareja, también de personas del mismo sexo, las familias monoparentales, etc. Sin corsés (solo el parentesco y la vida en común) para ensanchar al máximo el registro de las vivencias relatadas.
Señalamos solo unos pocos ejemplos de dos de los temas posibles (a los que podéis añadir otros en el espacio de comentarios).
Sobre la maternidad: En 2013 Ainhoa Rebolledo con Tricot planteaba como tesis, arropada por las tres protagonistas treintañeras de su novela, por qué, si las relaciones sentimentales acaban por lo general mal, no criar a los hijos entre amigas, por qué tener que soportar al hombre que las ha dejado embarazadas. Una forma de reestructurar el núcleo familiar (tricot es trío en catalán), que comienza precisamente con una cita de El desencanto, la película sobre la autodestrucción de los Panero, familia ejemplar para el franquismo, que usamos en un dosier anterior. Sobre otros enfoques de ser o querer ser madre se han escrito últimamente bastantes novelas y ensayos, que han tenido además repercusión: El silencio de las madres, de Laura Freixas, hace ya algunos años o, más recientes, Quién quiere ser madre de Silvia Nanclares o Trincheras permanentes de Carolina León. Muy lejos de la figura idealizada de la madre que -como explica Amelia Valcárcel- se impone desde el siglo XIX.
Sobre el matrimonio homosexual: Con un planteamiento reflexivo, indagador, tanto Mendicutti con California como Pombo con Contra natura escribieron de ello a raíz de su legalización en España en 2005 y el debate que generó (incluido si esta legalización o normalización no es otra forma de perpetuar el tradicional matrimonio patriarcal). Muy lejos de Dennis Cooper, que con otro tono más trasgresor también lo abordó en Tentativa un poco antes, con unos personajes -por lo general oscuros, que se recrean en su fracaso- que cayeron mal como estereotipos.
Dos cuestiones muy alejadas entre sí, pero que convergen en esa voluntad de ampliar en el ámbito de la familia los derechos del individuo, liberándolo de ciertas restricciones históricas que han perdido su vigor, su aceptación mayoritaria en la sociedad.
Puedes conocer las bases completas de Historias de familia en la página del Club