Lucía Cantamutto es doctora en Letras por la Universidad Nacional del Sur. Becaria posdoctoral de CONICET y profesora de la Universidad Nacional del Comahue. En su tesis doctoral abordó la economía y expresividad lingüísticas: aspectos pragmáticos de la comunicación por SMS en español bonaerense. Sus principales líneas de investigación se centran en las prácticas sociales y lingüísticas, fenómenos pragmáticos y de (des)cortesía verbal, rapport-managment, labor de imagen y percepción de los usuarios de nuevas tecnologías, en particular, a partir del uso del teléfono móvil, con el fin de transferir los resultados en herramientas para la enseñanza de la lengua. Durante una estancia de investigación en la Universidad de Deusto (España) se ha inmiscuido en cuestiones de resolución de correferencias, Big Data y el proyecto Dbpedia.
¿Cuál es el interés por estos temas en el ámbito académico (grupos de investigación, congresos, presupuestos...)?
Desde las primeras aproximaciones al lenguaje SMS o lenguaje chat hasta el actual acercamiento como discurso digital, muchos investigadores han dedicado atención a los fenómenos lingüísticos (y sociales) que emergen en la comunicación mediada digitalmente. En el ámbito académico se verifican dos centros de interés principales: uno relativo a educación y otro relacionado con la narrativa digital. La mayoría de los grupos de investigación abordan la interface discurso digital y literacidad, siendo este el principal núcleo de estudios tanto con una mirada prescriptiva y normativa como desde un genuino interés por comprender cómo las personas (los adolescentes y jóvenes, principalmente) se comunican.
En relación con las reuniones científicas, nuevamente desde una perspectiva eminentemente lingüística aún no se han establecido reuniones científicas específicas pero sí se observa que en cada uno de los congreso de las diferentes asociaciones de estudio del lenguaje –en Argentina, la Sociedad Argentina de Estudios del Lenguaje o en las latinoamericanas Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso y Asociación de Lingüística y Filología de América Latina– siempre hay al menos un eje, mesas temáticas y paneles dedicados a los aspectos lingüísticos del discurso digital. Precisamente, en octubre de este año, junto con Mabel Giammatteo y Alejandro Parini, en Buenos Aires, organizamos las segundas jornadas “En torno a la comunicación digital” y contaremos con la presencia de Francisco Yus, un catedrático español que ha sido autor de uno de los libros más importantes para entender la comunicación actual: Ciberpragmática.
¿Son útiles las estructuras lingüísticas, semióticas, pragmáticas, sociolingüísticas, etc., de las disciplinas clásicas para estudiar este fenómeno? ¿En qué aspectos o puntos se muestran insuficientes? ¿Siguen siendo un aval de la seriedad de los estudios?
Más allá de la mediación de plataformas, se trata de personas queriendo comunicarse. Por tanto, el empleo de perspectivas teóricas que abordan la interacción no digital y su andamiaje conceptual son herramientas válidas para el estudio de la interacción digital. Sin embargo, el hecho de que sean útiles no quiere decir que no requieran ser puestas en tensión algunas de sus categorías. Ejemplo de esto es el empleo de las unidades de la conversación –presencial– en interacciones digitales –escritas, icónicas, no presenciales, (casi)sincrónicas– basado en el supuesto de la ilusión de instantaneidad con la que se alcanza esa conversación digital escrita.
El contexto, por ejemplo, se define como el conjunto de supuestos que el oyente activa para la interpretación de un determinado mensaje. En cada interacción, ese contexto será siempre diferente y es parte de las actividades (inferenciales) que los interlocutores realizan para comprender el significado. El éxito o fracaso de la comunicación, presencial o no, se basa en parte en la capacidad de los interlocutores de interpretar esas claves contextuales que variarán según
¿Cómo adaptar el estudio y la reflexión a la velocidad de los cambios?
El mejor camino para que la investigación empírica y teórica sobre la comunicación digital pueda dar cuenta de fenómenos efímeros, y en permanente cambio, es la rigurosidad –metodológica, principalmente–. Las aproximaciones que adolecen de protocolos claros y precisos para abordar cada fenómenos particular resultan meros comentarios desde el sentido común y, con la excusa de la “velocidad de los cambios”, mucha investigaciones son de esta índole. En particular, se suele justificar el trabajo con conjuntos pequeños de datos o datos personales por este mismo motivo cuando ha quedado demostrado con la existencia de reflexiones profundas sobre incipientes fenómenos.
¿Qué vigencia tienen estos estudios para comprender el fenómeno en su momento actual (no con perspectiva histórica)?
En general, los investigadores hacemos dos cosas: arqueología de fenómenos recientes o descripciones sobre posibles tendencias. La escasa estabilidad de las prácticas estudiadas no favorece una descripción densa si se carece de rigurosidad metodológica. Abundan los trabajos que describen, desde una falsa etnografía, unos pocos mensajes o muestras de lengua escogidas al azar. En la medida en que las investigaciones se realicen con buenos datos (es decir, recolectados seriamente), es posible comprender tanto estadios actuales de fenómenos lingüísticos pero – mejor aún– poder analizarlos con una perspectiva diacrónica y atender a los pequeños cambios que van surgiendo en periodos muy cercanos en el tiempo.
¿Hay algún proyecto colectivo para dotarnos de un repositorio universal (al menos en un idioma)?
Dado que el estudio de la interacción digital escrita adolece de la utilización de corpus o conjuntos de datos sobre sus expresiones más privadas e íntimas, el proyecto que dirigimos junto con Cristina Vela Delfa es una búsqueda por poner a disponibilidad un conjunto estable de datos de interacción digital y herramientas para su análisis. En la actualidad, el corpus cuenta con el corpus SMS-CEBo (más de 6500 SMS del español bonaerense, utilizados en mi tesis doctoral), el corpus de correos electrónicos utilizados en la investigación doctoral de Vela Delfa, un conjunto lde muestras de lengua de interacciones por WhatsApp y correos electrónicos del ámbito académico que fueron recogidos en el marco de un proyecto de Innovación Docente de la Universidad de Valladolid. El proyecto CoDiCE (comunicación digital: corpus de español) lleva ya 4 años en marcha y entre sus objetivos está el de poder generar un repositorio de interacciones digitales escritas de diferentes variedades del español para su estudio sociolingüístico y pragmático.
¿Qué dificultades se han encontrado para hacer un repositorio fiable?
Hay dos tipos de dificultades diferentes. Por un lado, la financiación dado que para poner en funcionamiento CoDiCE hemos contado con el apoyo inestimable de Leandro Boisselier, quien diseñó y puso en lenguaje de programación nuestras ideas, sería importante contar con ayudas económicas para poder sostener en el tiempo el proyecto. Por otro lado, las dificultades metodológicas para decidir el formato en el cual se iban a registrar las muestras de lengua, si se iba a trabajar con texto plano o con imágenes, cómo se iban a poder navegar los datos, cómo se iban a transcribir. Hemos intentado guardar la mayor cantidad de registro de los eventos tanto en la forma en la que efectivamente apareció (con capturas de pantalla) como en su transcripción y etiquetado (que permite mayor navegabilidad).
¿Hay un trabajo de semiótica específico para los emojis, stickers, etc.?
En torno al contenido “multimodal”, como se lo suele llamar, existen muchas líneas de estudio que abordan los emojis o emoticones, los GIF, incluso las memes. En español, Agnese Sampietro ha dedicado su tesis doctoral a los emoji en WhatsApp. Del mismo modo que sucede con los fenómenos lingüísticos, abordar este conjunto de imágenes más allá de las plataformas de ocurrencia aportará datos empíricos sobre el uso, valga la redundancia, de los usuarios.
¿Es significativo el número de usuarios con una marcada voluntad de estilo?
El estudio realizado sobre los SMS permite afirmar que antes que la variable estilo debemos pensar en diferente variables menos interesantes desde la lingüística pero más reales en relación a la práctica de los usuarios que son las variables sistema de escritura (predictivos que no predicen lo que se quiere predecir), tamaño de pantalla, “escritura sin lentes”, entre otras. Una de las principales conclusiones que emergen del análisis de los SMS es que, a medida que se incorporan los teclados QWERTY y aumentan los tamaños de las pantallas, la escritura por SMS se vuelve más normativa. En todo caso, la expresividad del mensaje emerge ya no con modificaciones a nivel morfológico o sintáctico, sino léxico o con diferentes mecanismos de cambio de código: uso de palabras en otra lengua, uso de emojis o GIFs. La expresividad de jóvenes y adolescentes pareciera definir el estilo de este grupo etario y asociarse a lo anteriormente dicho: el cambio de código como estrategia con gran productividad.
¿Se percibe una mayor uniformidad en el modo de escribir los usuarios o en cambio las distintas posibilidades técnicas les han permitido desarrollar un modo personal de comunicarse?
Siguiendo con la respuesta anterior, se perciben menor cantidad de heterografías o formas diferentes de escribir lo mismo, en parte, por el uso de texto predictivo. Un aspecto que me ha llamado la atención es la predicción de emojis y la predicción de frases. Estas dos posibilidades técnicas favorecen cierta uniformidad que, como todo lo propio del estilo electrónico, genera a la par usos divergentes. Si el emoji del beso es el “típico” de despedida, los usuarios además del emoji del beso envían algún otro que personalice ese uso. Además, también hemos observado que dentro de determinados grupos hay uniformidad en los recursos (lingüísticos y no lingüísticos) que se usan: por ejemplo, fórmulas de tratamiento específicas de un grupo, emojis con un significado particular, etc.
¿En qué medida podemos reducirlo a una cuestión generacional?
No, no es posible reducirlo a la cuestión generacional. Los jóvenes y adolescentes utilizan siempre cronolectos, antes de la interacción digital también empleaban un lenguaje creativo y expresivo que se diferenciaba del de los adultos. Sin embargo, en los intercambios actuales, tenemos dos situaciones contrapuestas. El empleo de estrategias de los jóvenes por parte de los adultos para intentar minimizar esa distancia generacional, por ejemplo, con las fórmulas de saludo como besis, holis, etc. Por otro lado, una menor estabilización del lenguaje estándar en los jóvenes y adolescentes que favorece la aparición de formas creativas. En nuestro corpus, este grupo etario es el que mayor índice de creatividad presenta, pero –como dijimos– esto es coherente a lo que sucede en la oralidad de adolescentes y jóvenes.
¿Se presentan diferencias significativas asociadas al nivel educativo de los usuarios?
El nivel educativo del usuario le dará mayores herramientas para que los recursos y estrategias que empleen sean más cercanos a la variedad estándar. Por otro lado, a mayor nivel educativo, mayores serán las competencias lingüísticas y comunicativas del hablante. Las mayores diferencias se dan, al menos en Argentina, por los diferentes niveles socioculturales y esto no está únicamente relacionado con la variable nivel educativo. Los usuarios que acceden a la tecnología de manera fluida desarrollan estrategias similares a su entorno, participan de mayor cantidad de intercambios y consensuan recursos y estrategias. Los hablantes de los niveles socioculturales más bajos acceden a la tecnología de un modo diferente: no siempre disponen de un aparato móvil personal (es decir, pueden cambiar de sistema de escritura permanentemente), no usan las mismas plataformas en diferentes dispositivos, no tienen conectividad permanente o acceso a redes wifi, entre otras cuestiones. Este contacto diferente es el genera mayores diferencias. Ejemplo de ello fue que los niveles socioculturales más bajos seguían usando el SMS como plataforma de mensajería instantánea o como chat cuando los hablantes de mayor nivel adquisitivo tenían teléfonos inteligentes y con conectividad, por tanto, chateaban por WhatsApp. Cuando quienes no tenían Smartphone accedían a uno, no siempre disponían de paquetes de datos. Por lo tanto, tampoco se daban esos intercambios casi sincrónicos o simultáneos que sí se dan en otros hablantes.
¿Se refleja una conciencia de grupo en el empleo del lenguaje a la que se adapta el usuario dependiendo del grupo en el que intervenga?
Como mencionábamos, esto lo hemos comprobado tras la aplicación de test de hábitos sociales, tanto en Argentina como en España, y para diferentes tipos de textos breves (SMS, correo electrónico y WhatsApp). Ante todas las situaciones comunicativas propuestas, los hablantes hacían modificaciones en sus recursos y estrategias tanto si era un amigo de sexo masculino o femenino, una persona de mayor jerarquía, un docente, personal administrativo, etc. En todos los casos se verificó variación. Además, en el análisis de datos reales también hemos comprobado lo mismo. No es quizás conciencia de grupo sino adecuación de estrategias en función del interlocutor.
¿Qué cambios sustanciales hay en el lenguaje empleado en los mensajes? ¿Podemos hablar de una sintaxis específica?
En un comienzo, se definió el estilo de los textos producidos en chats, correos electrónicos y SMS desde una doble vertiente: la economía y la expresividad. Cristina Vela Delfa definió, hace varios años, el estilo electrónico por fenómenos que presentaban esta doble tensión, dado que apelaba al mismo tiempo a la brevedad y rapidez –a través de recursos de economía lingüística– como a la expresividad –a través de estrategias de expansión. Sin embargo, posteriores investigaciones nos permiten afirmar que, desde una perspectiva interaccional, hay que incluir la dimensión claridad que ordena, principalmente, la sintaxis de los mensajes. A partir de la utilización de recursos de focalización, tiempos verbales congruentes e inclusive estrategias morfológicas (como la reduplicación de las ii en la partícula de afirmación sí cuando se escribe sin tilde) . Se suele hablar de sintaxis parcelada, propia de la oralidad, cuya lógica es pragmática y no gramatical. Esta sintaxis difiere de las producciones orales en un aspecto central: en los intercambios escritos no se suelen dar instancias de redundancia propias de la oralidad. La perspectiva que mejor explica lo que sucede en las interacciones digitales escritas es, como en la presencial, la pragmática, capaz de explicar lo que sucede con el lenguaje en uso.
¿Se percibe el desarrollo de nuevas competencias lingüísticas entre los usuarios de whatsapp? ¿O una nueva conciencia lingüística (por ejemplo, al acortar las palabras, cierta conciencia de su morfología que antes no tuvieran)? ¿Esta nueva forma de comunicarse estimula la experimentación con el lenguaje?
Siguiendo la premisa inicial, los usuarios-hablantes siempre quieren comunicarse. En ese afán de comunicar algo a alguien utilizan los recursos y estrategias que consideran oportunos en cada situación comunicativa. A partir de un trabajo específico con adolescentes, hemos comprobado que son capaces de adecuar sus estrategias en función del interlocutor y de la situación comunicativa: varían los elementos abreviados, las fórmulas de saludo y despedida, el léxico, las estrategias de (des)cortesía. En tal sentido, siguiendo el hilo argumental, no son nuevas competencias lingüísticas, en todo caso, son las competencias lingüísticas que los hablantes activan para poder canalizar sus necesidades expresivas.
¿Se puede intuir cuáles van a ser los siguientes pasos en la mensajería instantánea? ¿La palabra escrita dará paso (en buena medida) a los mensajes de voz?
Quizás lo que termine sucediendo es que dictemos nuestros mensajes. El intercambio de audios ha demostrado ser muy productivo en la interacción por WhatsApp pero no deja de presentar inconvenientes. Por un lado, porque se pierde la intimidad del intercambio (tanto al grabarlo como potencialmente al escucharlo) que se gana en la escritura. Por otro lado, los usuarios se quejan de las prácticas de los usuarios: mensajes de audio muy extensos y dispersos. Sin embargo, el intercambio de estos audios se asemeja a la comunicación por walkie-talkie, donde se produce un intercambio pero no una negociación del significado. Un interlocutor envía un audio de 4 minutos, el receptor escucha y va respondiendo –en parte– lo que va escuchando… en el mejor de los casos, pero no existe mayor negociación. Tanto lo que sugiere Sherry Turkle en Alone together como lo que uno comprueba en la cotidianeidad, estamos conversando menos. Conversar es negociar significado, y eso es lo que estamos, en todo caso, perdiendo.
¿Cuál es el mecanismo para convertirse en tendencia una expresión o emoji (o sticker...)? ¿Las diferencias sociales y territoriales son significativas? ¿O ha habido una homogeneización en los usos?
Los emojis más utilizados han sido, generalmente, los que tengan menor grado de polisemia, dado que evitan potenciales conflictos comunicativos. La carita del beso o la carita con ojos de corazones pueden tener diversos significados pero todos rondan en torno a me gusta/encanta, para el segundo, y besos/te quiero/etc para el primero. Luego de que se incorporaran los emojis más gestuales (person facepalming, person shrugging), vimos un crecimiento en su utilización dada una nueva posibilidad en el repertorio de signos de los que disponía el usuario. En los estudios realizados sobre cuáles son los emojis más usados en Argentina y España, tanto en 2016 como este año se verifica una cierta regularidad en ambas regiones aunque por la fecha en la que fueron hechas las encuestas no se registraron emojis de los gestuales (incorporados en 2016, pero posterior a la investigación).
¿Se consideran asentados en el lenguaje escrito algunos de los cambios que ha traído la mensajería instantánea (p.e. el acortamiento de las palabras)?
Debemos distinguir entre los acortamientos que son propios de la escritura y los acortamientos que pueden verificarse en la oralidad y en la escritura. Esta diferencia es importante para estudiar los posibles cambios lingüísticos en marcha. Una expresión que está asentada y que sus inicios se pueden datar en el fotolog es ahre/arre. Su origen presenta dos explicaciones, aunque al menos en el español de Argentina tenemos que decantarnos por un caso de elipsis donde la interjección ah se unió a la partícula que sirve para formar adjetivos superlativos recopado, reloco. La otra explicación deriva de la expresión rural arre (para arrear animales) pero no se podría, desde esta “etimología”, explicar su significado. En expresiones de la oralidad y de la interacción digital escrita el uso de ahre/arre/arreh (como todo, tiene diferentes variantes gráficas) funciona como una suerte de marcador discursivo del margen derecho que modifica lo dicho anteriormente, en general, negando o minimizándolo.
¿Hay una percepción general entorno a la formalidad que exigen o pueden exigir distintas conversaciones por whatsapp? ¿Ha afectado el whatsapp a esta percepción de una escala de formalidad en la comunicación?
WhatsApp es una plataforma de mensajería instantánea. La formalidad que exige un intercambio en esta plataforma dependerá de la situación comunicativa del intercambio. De hecho, los usuarios que reciben intercambios demasiado informales (por ejemplo, con muchos emojis) en interacciones comerciales o institucionales señalan sorpresa. Se espera que los recursos y estrategias que los hablantes usen estarán determinados tanto por el medio en el cual están desarrollando la interacción (WhatsApp, en este caso, que habilita el uso de emojis, GIFs, audios, etc.) como por los participantes de la situación comunicativa. Si la distancia social entre los interlocutores requiere de cierta formalidad (por ejemplo, jefe-empleado, docente-estudiante), estos rasgos emergerán en la dinámica del whatsapp (con el uso de mayores estrategias de cortesía, en general). Por otra parte, el uso de WhatsApp para intercambios que anteriormente se hubiera hecho por correo electrónico (o por carta o llamada telefónica, por ir más atrás en el tiempo) es usual. La ventaja de poder disponer de un medio más sincrónico para resolver cuestiones de diferente índole presenta la desventaja de que, muchas veces, se quiere recuperar ese intercambio (como lo hacemos en el correo electrónico) y no es posible hacerlo. Con el WhatsApp y el Facebook Messenger, diferentes dominios de uso como el institucional, laboral o comercial han sido afectados por intercambios menos formales. Como todo continuum, no importa tanto que sean menos formales como que sean informales. En este punto, si son percibidos de manera despreferida.
¿Qué puntuación se mantiene en los mensajes? ¿Cómo la ha afectado el uso de emojis?
La puntuación de la interacción digital escrita es una puntuación pragmática, como la nombra Figueras Bates. Es decir, se usan los puntos ya no desde su uso normativo sino desde su pontencial comunicativo. Mucho se ha dicho del uso del punto final como marca de descortesía, de enojo; dado que los intercambios siempre siguen abiertos, colocar un punto es una marca que atender. Tras la aparición de los emojis, esta puntuación pragmática comienza a convivir con un uso ostensivo de los emojis. No es una competencia entre un recurso y otro (porque la capacidad de significación es diferente) pero sí es cierto que los emojis han desplazado, al menos, los cierres conversacionales. De hecho, les planteo un ejercicio: observen las pantallas de inicio de sus WhatsApp. En general, encontraremos emojis que cierran (temporalmente) los intercambios.
¿Han sustituido las imágenes (emojis, etc.) las onomatopeyas? ¿Siguen teniendo sentido?
Igual que sucede con la puntuación, el recurso de las onomatopeyas ha sido puesto en tensión por los emojis. Sin embargo, no han sido sustituidos plenamente porque no todos los usuarios recuperan los significados que las imágenes (emojis, GIFs y stickers) confieren a un enunciado. El uso de los diferentes tipos de risas (jaja, jeje, jiji, etc) sigue siendo muy productivo como marca de ironía o, incluso, como recursos de puntuación para segmentar enunciados. Otras onomatopeyas que se verificaban en la interacción digital escrita pueden no registrarse con tanta frecuencia, pero las risas siguen verificándose. Asimismo, el uso de las interjecciones como suerte de marcadores discursivos sigue siendo interesante de observar.
¿Qué herramientas tiene este lenguaje para favorecer su retroalimentación?
Las herramientas de retroalimentación de casi todas las plataformas de intercambio de mensajes (desde WhatsApp a la plataforma de LinkeDin) obligan al usuario a utilizar recursos y estrategias que doten de expresividad mensajes automáticos. El ok, por ejemplo, fue una marca de retroalimentación en la época de los SMS. A través del uso de este préstamo, se avisaba al emisor que el SMS se había recibido. Una vez que aparecen los mensajes de leído, el doble check, y otras marcas de retroalimentación (un amigo está escribiendo, escribiendo) los usuarios pueden parecer descorteses si dejan leído una intervención que requiere respuesta y no responden. El emoji del pulgar hacia arriba, por ejemplo, fue muy productivo para evitar que un intercambio sea despreferido por la presencia de una respuesta automática. Asimismo, es probable que las respuestas automáticas que ofrece, por ejemplo Gmail, en los correos electrónicos tiendan a necesitar algún tipo de personalización de ese mensaje automático. Al final, no estamos hablando con un chatbot.