Laura Freixas Revuelta nació en Barcelona en 1958. Es escritora, ha publicado diversas novelas y ensayos, y también crítica literaria y artículos en prensa. En 1987 fundó la colección literaria El espejo de tinta. Ha trabajado particularmente la literatura escrita por mujeres. Ha sido alumna y coordinadora de muchos talleres de escritura.
(Podéis leer la conversación también en el Club de escritura, con sus recursos de edición y la posibilidad de sumaros al diálogo)
INTERVENCIÓN 1 – Ramón Cañelles
Nos gustaría repasar contigo distintos aspectos referentes al oficio al que dedicas tu vida así como a asuntos relacionados con la enseñanza de la creación. Para empezar este diálogo por escrito, que se desarrollará vía sucesivos emails de forma alterna, nos gustaría empezar por pedirte que nos describas cómo se formó en ti el placer de escribir, la posterior idea de vivir de la escritura, y cómo percibías en su origen la mejor manera de abordar el aprendizaje del oficio de forma que quizás un día pudieses ganarte la vida con él: llegar a ser, para entendernos, una escritora en toda regla, aceptada como tal en los circuitos literarios y con una opción cierta a que se convirtiese en una forma de vida.
INTERVENCIÓN 2 – Laura Freixas
Desde pequeña he visto a mi madre sumergirse en la lectura con una pasión que ninguna otra cosa parecía provocarle. De su ejemplo nació en mí el deseo de vivir en la literatura, en las novelas, no solo leyéndolas sino escribiéndolas. También creo que lo veía como una forma de ser autora de mi propia vida en vez de adaptarme al molde preparado para todas nosotras, mujeres de la burguesía catalana, un molde definido hasta en sus menores detalles: vivir en el Ensanche, Sarrià, Bonanova o Pedralbes, casarse con un industrial o profesional liberal, tener entre dos y cuatro hijos, cultivar aficiones artísticas (como frecuentar el Liceu) pero no tener una profesión seria…
Para aprender a escribir profesionalmente, no veía al principio otra forma que leer mucho, cosa que siempre he hecho, y empezar a escribir por las buenas: a los 19 años redacté mis primeros cuentos. Pero pronto adiviné que había un tercer elemento imprescindible: el diálogo, intercambio, lectura y comentario recíprocos, con otras/os escritoras/es, principiantes como yo o más avanzadas/os. A los veintitantos en Barcelona asistí a un taller dirigido por Cristina Peri Rossi y después durante algún tiempo me reuní con amigas y amigos que escribían, para comentar nuestros textos. Es algo que aunque de forma intermitente he seguido haciendo toda la vida.
El problema, claro, era que no sabía cómo combinar el proyecto de escribir, que requiere tiempo, energía y dedicación, con la necesidad de ganarme la vida. Pensé en hacerme guía turística para tener largas temporadas para escribir. Pero finalmente encontré trabajo en una agencia literaria en Barcelona, dos años después lo dejé y me fui a Inglaterra donde enseñé español en la Universidad, después volví a Barcelona y trabajé en una revista y luego en una editorial…siempre escribiendo en los ratos libres.
INTERVENCIÓN 3 – Ramón Cañelles
Lo que cuentas me evoca dos hechos de mi pasado que vertebrarán esta mi intervención y encaminarán lo que me gustaría pedirte que siguieses contándonos.
Somos más o menos de la misma generación (eres cuatro años mayor que yo), y justamente una cosa que yo detecté muy joven, allá por mis tiempos de estudiante universitario (Periodismo y Magisterio), fue que a muchísima gente que iba conociendo, de nuestra edad o mayores, les gustaba escribir –o fantaseaban con hacerlo aunque no se terminasen de decidir a probarlo– y que la escritura, más allá de algo que se identificaba como un placer (envidiado más que practicado), era a menudo también una suerte de tabla de salvación o punto de fuga frente a frustraciones, temores o impotencias de todo tipo. Fue ahí que asenté una convicción clave: que ese deseo, esa necesidad, era en realidad común a todas y todos, que a pesar de obviamente estar relacionado con las asignaturas de lengua y literatura estaba muy desatendida, y que, en conclusión, era algo en verdad de la máxima importancia para el desarrollo de la persona, por lo que había que reexaminar de cabo a rabo como se ponía esa evidencia del deseo común de relatar con cómo se atendían esas asignaturas en la escuela, que por entonces simplemente ignoraban esa necesidad común (y no mucho se ha avanzado desde entonces en España, habría que añadir, aunque ya haya indicios de que las cosas podrían cambiar antes de lo que imaginamos). De ahí que desde nuestro origen, en este casa nos hayamos propuesto como prioridad popularizar la escritura creativa, antes que atender estrategias de profesionalización del oficio de la escritura –donde por lo demás hemos aportado mucho, o lo hemos intentado, siempre en la asunción de que no existen titulaciones posibles para ser escritor/a y que hay algo de irreal, cuando no de abusivo, en vender lo contrario–. También de que, al cabo y en coherencia, nos decidiésemos a crear la Fundación Escritura(s) para tratar de influir en el sistema de enseñanza respecto a todo esto.
Hoy sabemos sin apenas lugar a dudas –es de hecho uno de los grandes fenómenos de divulgación recientes, gracias al best-seller “Sapiens” de Harari– que al homo sapiens lo ha construido ante todo su capacidad de fabular. Que todo es relato: en él somos, de él nos nutrimos y desde él nos construimos, ya sea individual o colectivamente. De hecho resulta ya hasta chocante asistir a cómo todos –¡sobre todo en el ámbito de la política competitiva!– usan expresiones como “construir el relato” al referirse a la realidad y el deseo de intervenir sobre ella. Pues bien, todo eso ya estaba en mis muy juveniles intuiciones de lo que había que hacer con los talleres de escritura: popularizarlos al máximo en el ámbito adulto hasta conseguir que se incorporasen en la escuela, si no como alternativa a la deficiente enseñanza de la lengua y la literatura, al menos como complemento. Y no solo por ser el taller de escritura canalizador de esa necesidad común a todas y todos –contar historias, sentir, al menos en parte y como dices, ser “autora de tu propia vida”– , también porque es un escenario de educación política básica: deliberación colectiva, aprendizaje de la argumentación, asimilación de la crítica, desarrollo de la capacidad de escucha, ejercitación de la mirada crítica, amplificación de los sentidos y de la percepción de los distintos puntos de vista sobre una misma realidad… Y esto ya servirá de enlace con la figura de Peri Rossi, sobre la que me gustaría que nos detuviésemos también un momento.
En un reciente diálogo con el filósofo César Rendueles ya ahondamos en esa dimensión de didáctica política básica que puede suponer un taller de escritura, al margen de los factores ideológicos, culturales o religiosos donde se inscriban, como herramienta vertebradora de consensos básicos y de desarrollo del sentido y la práctica democrática. Y, como te acabo de anticipar, en este punto me interesa enlazar con otra cosa que mencionas y que ha conectado con otra evocación: tu asistencia a un taller de escritura impartido por Cristina Peri Rossi.
Aclarar para nuestros lectores que se trata de una escritora uruguaya exiliada en España, responsable de alguno de los primeros talleres literarios de los que tenemos noticias por estos pagos, junto a los de otras exiliadas argentinas. En este caso, el de los talleres pioneros, las mujeres, además de exiliadas casi sin excepción, eran mayoría –los talleres en España de hombres latinoamericanos como el chileno José Donoso (que no era propiamente un exiliado, más bien un burgués ilustrado que se pudo permitir el lujo de viajar cuanto quiso y vivir donde quisiese hasta que decidió quedarse en España) y el argentino Mario Merlino eran minoría…– por lo que el femenino de “exiliadas” se impone con naturalidad; a lo largo de los años 80 yo conocí y/o colaboré con algunas –Gloria Pampillo y su mítico e influyente colectivo Grafein, Clara Obligado, Norma Estrada…–, aunque por entonces ya había empezado a impartir mi primer taller de creación literaria, allá por 1983 —pensando, ingenuamente, que estaba inventando algo…—.
Y, valga dar un pequeño rodeo disgresivo, no queda ahí el tema de la inclinación al género femenino en este ámbito: desde hace 35 años, las mujeres han sido casi sin excepción mayoría en los miles de grupos de trabajo en los muy diferentes talleres que hemos organizado en ese tiempo desde nuestra plataforma de Fuentetaja. Mi impresión es que si bien los hombres se han hecho tradicionalmente dueños del relato de la Historia –con esa H mayúscula que es siempre signo de poder y por tanto de tentación de mentira, de manipulación, de presunción cuando no directamente de usurpación–, tradicionalmente las mujeres habrían sido más dueñas de los relatos cotidianos, a ras de realidad, es decir de las historias –con esa h minúscula que acoge con mayor humildad y hondura lo verdadero de la vida, más inclinado a recoger la crónica de la sensación y el sentimiento, de los microsucesos que en realidad son la esencia de todo lo que merece la pena de ser contado–. Aunque ese a mis ojos indiscutible merecimiento esté lejísimos de reconocerse en la Literatura con mayúsculas, por tanto reflejo también de una lógica de poder tradicionalmente golosa a los hombres, que efectivamente son quienes plagan su Historia: sí, escribo con toda la intención plaga, el abuso de poder es siempre destructivo. Muy posiblemente otro gallo o gallina cantaría si pudiésemos repasar con un mínimo rigor (en realidad muy difícil dada la inmaterialidades de su objeto de estudio) la historia de esas infinitas y más sencillas literaturas inscritas en la tradición oral. Tradición de la que en suma ha surgido y de la que se ha alimentado todo, aún hasta hoy. Los relatos, ya fuesen cantados, contados mientras se tejía o amasaba, disfrazados de chascarrillo o en el contexto de ese “cotilleo” que hoy sabemos –gracias por ejemplo a John Berger y su trilogía sobre el campesinado europeo– que lejos de ser banalidad (que puede serlo, ojo) es donde se construye la historia de las comunidades pequeñas y de las culturas campesinas, hasta hace nada mayoritarias, en suma los relatos sencillos que han tamizado la historia de la humanidad en su sentido más popular y a la vez íntimo, han estado en realidad siempre en la voz mayoritaria de las mujeres. Sería en esa tradición invisible y poco reconocida donde, en parte, encontraría yo la explicación de que las mujeres en general se lancen hoy con más facilidad a la escritura y se integren con mucha más naturalidad y convicción en los talleres de escritura. También, por supuesto, en la presión que ejerce el silenciamiento que los libros de Historia de la Literatura transmiten bien a las claras y que hoy lleva a una urgencia por corregirlo, al menos en su proyección al futuro. Pero esas, las conclusiones que llegan desde la Historia y sus mayúsculas, ya nos ponen frente a otra(s) historia(s), de las que hay muchos otros motivos para aprender a desconfiar, ya se sea mujer u hombre.
Desconozco si habrá algún estudio riguroso sobre esto que apunto como mera intuición en mi extensa (perdón) digresión y que creo que tendría una dimensión global y poco menos que ancestral. En todo caso, no es mi intención virar este intercambio hacia el debate propiamente feminista, es solo un rodeo que me he permitido en la complicidad de que tú justamente te has distinguido por estar siempre atenta, como por lo demás apuntas de pasada en la reconstrucción de los orígenes de tu propia deriva, a ese factor diferenciador que ha supuesto el género para tu generación (¡no digamos antes!) llegada la hora de enfrentar la estrategia y la valoración de las opciones realistas para la construcción de una carrera literaria en función de si se era hombre o mujer.
Sin embargo, antes del circunloquio, al aludir al detalle de Cristina Peri Rossi, me animaba más el interés por conocer con algo más de detalle tu testimonio sobre cómo era la dinámica de ese taller (embrionario desde el punto de vista de la historia de este ámbito de la enseñanza en España), cómo fue tu relación con lo que allí se hacía y cómo valoras hoy, con la distancia que otorga el tiempo y el oficio acumulado, lo que aquella experiencia te dejó, también a la hora de abordar tus propias incursiones como docente en el ámbito de la didáctica de la creación literaria. Al margen de si deseas apuntar, matizar y profundizar algo de lo que he expuesto en mi intervención (doy por hecho que en tu obra de carácter más feminista, que no conozco en en el detalle, posiblemente habrás ya ahondado con mucha más lucidez y compromiso en algunos de los temas que aquí apunto a vuela pluma), tenemos verdadero interés en conocer más detalles sobre esa fase de tu aprendizaje en el marco de un taller de escritura impartido por una exiliada uruguaya (exilio y Uruguay, país por entonces con uno de los sistemas educativos más modernos del mundo, ¿quizás sean factores a matizar y ampliar en su consecuencia docente para el taller al que acudiste en busca de apoyo?).
INTERVENCIÓN 4- Laura Freixas
Muy interesante tu digresión sobre el relato, la Historia, las historias, y quiénes son sus dueños. La verdad es que los estudios que conozco no abordan la cuestión de esa manera sino que se centran en la participación de las mujeres en los relatos escritos, y más concretamente en la literatura publicada.
Por lo que respecta al dato de que la asistencia a talleres literarios es sobre todo femenina, creo que tiene que ver con el hecho de que las mujeres no gobiernan el mundo, que el mundo está hecho por y para los hombres más que por y para las mujeres, y esa marginalidad les permite hacer cosas «improductivas» (sobre todo si no tienen una familia a la que atender); de hecho sabemos que son las principales consumidoras de cultura, no solo de talleres literarios sino también de teatro o de lectura o asistencia a museos. Otro factor es el hecho de que no se nos educa para ser protagonistas, como sí se educa a los hombres, y eso nos permite la humildad de ir a un sitio a aprender, a escuchar. Las mujeres son, lo he observado muchas veces (y lo digo en tercera persona porque por las razones que sea, es un rasgo que no comparto), un público poco crítico, o en todo caso menos que los hombres.
En cuanto a los talleres literarios, efectivamente los importaron o asentaron en España exiliadas argentinas y uruguayas como Clara Obligado (en cuyo taller fui profesora yo misma algún tiempo, en los 90) y Cristina Peri Rossi. Del taller de Cristina me quedó el gran tesoro de su amistad. Pero la verdad es que del taller en sí mismo recuerdo poco… ¡hace tanto tiempo!… Sí recuerdo una característica suya que a mí no me convencía, un aspecto en el cual yo como profesora actúo de forma muy distinta: ella no solía comentar en profundidad los textos que le presentábamos, supongo que por miedo a herirnos si era demasiado crítica. Yo en cambio soy sumamente crítica con mis alumnas/os. Creo que la crítica es indispensable para avanzar… y como suelo decirles: he leído muchos, y he hecho algunos, informes de lectura encargados por editoriales a lectoras/es profesionales, y os puedo asegurar que por más severa que yo sea, nunca me acerco ni de lejos a lo brutales y salvajes que son esos informes a los que se os someterá el día que queráis publicar.
INTERVENCIÓN 5- Ramón Cañelles
Dos referencias han acudido a mí con intensidad mientras leía. La primera me lleva a convocar a Isabel Escudero, una poeta maravillosa y amiga muy querida y cercana, fallecida hace un año y medio, cuyo talento poético a mi juicio está muy lejos de haber sido reconocido por el Gran Gobierno de las Letras, aunque no dudo que con el paso del tiempo (aunque tengan que ser siglos… la calidad siempre se impone) se la reconocerá a la altura de un Machado. Recordarla al leerte es porque, en contraste a lo que dices, he debido de tener quizás una extraña suerte pues mi vida ha estado muy plena de encuentros y lazos profundos con mujeres con un sentido crítico extraordinariamente desarrollado. De hecho mucho más fino y sutil que el de la mayoría de los hombres que he conocido.
Isabel Escudero se distinguió justamente por tirar del hilo de esas tradiciones ocultas tan propias de la mujer a las que aludí antes, y por ejemplificar el fino arte del poder que la mujer consigue hilar en los espacios que descuida el Gran Poder (para más señas dueño también de la “H”istoria), tradicionalmente patrimonio, arma y juguete de los hombres. Isabel siempre alertaba de esa deriva hacia el Gran Poder, que podría acabar por hacer de las mujeres “hombres”. Selecciono esta cita, extraída de una entrevista para la televisión vasca que se encuentra online, que sintetiza bien lo pronto y lo agudo que, ya en los ochenta, avisaba de ese riesgo:
La otra referencia, mucho más reciente, trataría de apoyar el entrecomillado de esas actividades “productivas” que mencionas. Creo que al igual que con el tema del Gran Poder, eso, la Productividad (van uno y otra de la mano) es quizás el gran peligro de nuestro tiempo. Conste que estoy muy lejos de considerar improductivas los ejercicios con el lenguaje y la creatividad, como ya se deducía de mi intervención anterior en éste nuestro diálogo, y entiendo que ese es también el significado latente de las necesarias comillas que utilizas. Justamente que las mujeres hayan inclinado su tiempo de ocio (vamos a llamarlo así, para entendernos, aunque bien podría llamarse tiempo de estudio y profundización en las cosas que importan) hacia el ejercicio y exploración de los caminos del lenguaje, la inteligencia y la sensibilidad (ejes que le dan sentido a la cultura y las artes), en lugar de al de los músculos (fútbol), las apuestas (la Bolsa) o las batallas virtuales (los videojuegos), me parece la estrategia más sabia imaginable para colaborar a disolver y democratizar ese “Gran Poder” que no solo oprimiría a las mujeres si no a todo quisqui.
Señalaba a las comillas, que me han convocado el testimonio de una profesora de teoría política de la Universidad de Berkeley, Wendy Brown, cuyo testimonio recoge un tremendo documental que he visto recientemente sobre las tasas aberrantes de uso de anfetaminas con receta médica en Estados Unidos (aunque claramente en expansión también en el mundo entero), con el fármaco Adderall a la cabeza. Hay escuelas en este país (escuelas normales, no específicamente para niños con algún problema o trastorno de aprendizaje) en que todos los niños toman Adderall u otras anfetaminas por prescripción facultativa, presionados mayoritariamente por las propias madres o padres. La siniestra diosa “Productividad” y un interesante concepto que usa Wendy Brown, el de la obsesión por el «capital humano» que cada individuo representa, estarían detrás de esta espeluznante epidemia legal:
(El documental, Take your pills (Tómate las pastillas) se puede ver en Netflix.)
Respecto a Cristina Peri Rossi, ya te pediremos su contacto para que ella misma nos dé el testimonio de aquel tiempo docente y sus razones para no entrarle a degüello a los textos. Nos interesa mucho colaborar a ampliar el fondo «arqueológico» de estas materias tan nuestras.
Quisiera ahora que profundizásemos, dando continuidad a lo que nos cuentas, sobre ese “publicar” al que aludes en relación a quienes son tus alumnos en el frente docente. Aclararte en el aspecto mas personal, que también una mujer ha sido inspiración para terminar de resolver íntimamente estas cosas: Emily Dickinson, con su famosa afirmación “publicar no es cosa que incumba a los poetas”. En cualquier caso, el tema no me es ajeno, pues soy hijo de editor, editor yo mismo y mi primera profesión fue librero, durante casi diez años (de los 16 a los 26; empecé a trabajar y a ganarme el sustento muy pronto), por lo que conozco bien ese mundo, que veo con cierta tristeza en una deriva muy traumática, como la del resto de los ámbitos de la cultura, y no solo de la cultura, todos afectados por la profunda disrupción impuesta por el turbo-desarrollo de la tecnología digital (¡y esto no ha hecho más que empezar!).
Hoy la dimensión de ese “publicar” se ha ensanchado hasta el delirio. Se publica en blogs, se publican posts de Facebook, se publica en infinidad de espacios (reglados o no) online en una auténtica orgía donde las voces, los sentires, las opiniones, las creaciones y por supuesto los caprichos se entreveran sin fin. Aunque muchos tienen la impresión de que nadie escucha a nadie, no estoy del todo de acuerdo. Para mí, ese “ruido” con que también se podría catalogar todo eso, podría no ser considerado como tal. Quizás se podría comparar al de una taberna hasta los topes donde se habla de todo con pasión en un desorden solo aparente, a ojos/oídos de quien lo mirase desde fuera. Un bar en el que se pueden encontrar verdaderos tesoros.
Es un hecho que nunca se ha escrito más, y una frase muy común entre los editores es la de “se escriben más novelas de las que se leen”. Entretanto los escritores de nuestra generación que habían conseguido, con mucha dificultad, abrirse paso y conquistar una parte de prestigio que ensanchase el alcance de su voz, se ven hoy amenazados por la imposibilidad de que su oficio les dé de comer sin acudir a otros trabajos, relacionados o no con la literatura y los libros. Otro hecho: el porcentaje de autores y autoras que viven de la publicación de sus libros publicados frente al de hace tan solo veinte años atrás es notablemente inferior. En ese contexto, no sería tan sencillo resolver como mejor encaminar, al margen del talento que demuestren, las expectativas de quienes acuden a una plataforma de talleres de escritura o a un master de escritura creativa con la ilusión de profesionalizarse. En Estados Unidos, un país con una tradición mucho más estable y antigua, donde se encuentran literalmente cientos de másteres de escritura creativa en todo tipo de universidades, las cifras alertan de un embudo irresoluble: ni siquiera un 1% de esos estudiantes, que hacen importantes desembolsos durante unos años, conseguirá publicar más de un libro –no hablamos de talleres con una cuota mensual asumible si no de estudios en toda regla, con licenciatura–. El porcentaje de los que conseguirán vivir de ello es, naturalmente, muy inferior. Cifras que se pueden proyectar a España.
Por una parte, ¿cómo observas tú esta deriva del mundo editorial tradicional y cómo crees que está afectando a la vida de los escritores, hombres y mujeres de letras? Por otra parte, ¿cómo crees que un aspirante debe diseñar hoy su estrategia para entrar en esa élite de quienes puedan tener una voz amplificada en el paisaje de los intercambios culturales y artísticos?
INTERVENCIÓN 6 – Laura Freixas
No estoy segura de que vivir de los libros que una escribe sea más difícil hoy que hace cincuenta o cien años. Las escritoras y escritores casi siempre han necesitado tener una segunda profesión (segunda que es de hecho primera en cuanto al tiempo y esfuerzo que les exige) con la que ganarse la vida. Las más frecuentes, diría yo, son las de periodista, profesor/a, y ama de casa.
Las cifras que yo recuerdo haber leído, y que coinciden con mi observación, dicen que ese (el tener una segunda profesión a tiempo completo) es el caso de un 90 % de lxs autorxs. El 10 % restante tampoco vive de sus libros, sino de lo que se conoce por «bolos», es decir, actividades para las cuales se les contrata debido a su condición de escritorxs, pero que no consisten en escribir literatura: talleres, conferencias, artículos… Solo algo así como el 1% del total viven propiamente de los derechos de autor. Por cierto, leí también en algún lugar que el anticipo que perciben las escritoras como media es más o menos la mitad del que perciben los escritores, dato idéntico, por cierto, al del presupuesto de las películas españolas según las dirija una mujer o un hombre: un hombre dispone, como media, del doble de presupuesto que una mujer.
Por mi parte, desde 1980, cuando terminé la carrera (de Derecho, aunque para cuando la terminé ya estaba segura de que no quería ejercerla) hasta 1994, desempeñé varias profesiones en la prensa, la enseñanza y el mundo editorial. En 1994, a raíz del nacimiento de mi hija y de otras circunstancias, pasé de asalariada a trabajadora autónoma, y vivía de varias cosas: traducciones, crítica literaria, periodismo cultural, y de mi trabajo de ama de casa y madre, que me permitía compartir los ingresos de mi marido. Con los años, he ido dejando todos esos trabajos (mis hijos ya no viven en casa y su padre y yo estamos divorciados) y dedicándome cada vez a uno que he tenido la suerte de conseguir crear a mi medida: el de conferenciante y gestora cultural especializada en el tema del papel de las mujeres en la cultura. Es un trabajo que me gusta mucho, que está bastante bien pagado, que me deja tiempo (algo así como la mitad de mi tiempo de trabajo) y sobre todo disponibilidad mental (no es muy absorbente) para escribir libros (los cuales me proporcionan algunos ingresos, pero muy pocos). También debo decir que esa especialización profesional es un subproducto de lo que empezó siendo una pasión intelectual y una militancia (le he dedicado muchas horas, no remuneradas, a una asociación para la igualdad de género en la cultura de la que fui una de las fundadoras y que he presidido durante ocho años, Clásicas y Modernas).
Ahora, mirando atrás, veo lo que he hecho, aunque no me lo propuse deliberadamente, y que me salido bien: especializarme en un tema que me interesa de verdad, que me he esforzado por conocer a fondo, y que me ha dado una singularidad, una identidad propia, algo que me identifica y por lo cual me conocen y me llaman. Eso es lo que yo recomendaría a un/a escritor/a joven.
INTERVENCIÓN 7 – Ramón Cañelles
Lo que cuentas tiene relación con temas sobre los que llevamos debatiendo hace tiempo dentro de nuestro equipo: los conflictos relativos a autoría y nombre público, la economía del prestigio –el prestigio como capital y sus plusvalías– y las siempre delicadas relaciones entre las posiciones intelectuales públicas y cómo afectan o cómo se nutren de los territorios de la ficción literaria de quienes las encarnan. Son temas apasionantes, poco frecuentados a pesar de la clara importancia de reflexionarlos más a fondo. Desafortunadamente la bibliografía sobre la mayoría de estos conflictos (que apunto tan solo a vuela pluma), es escuálida. En algunos aspectos incluso inexistente. En ese sentido, su introducción en los programas de enseñanza dirigidos a quienes desean ser profesionales de la creación es complicado, aunque nosotros somos partidarios de al menos plantear el tema, animar a una reflexión crítica que más que soluciones cerradas anime a cuestionar el sistema de la autoría imperante y los límites del profesionalismo en el ámbito de la creación literaria, entre otros objetivos para disminuir las expectativas, a menudo desmesuradas —como tantas veces hemos podido comprobar entre algunos perfiles de nuestro alumnado—, de quienes tienen ilusión por tomarse en serio la escritura y aspiran a la publicación. Sobre todo en un escenario como el actual en donde la carrera hacia el reconocimiento público en el oficio de la escritura se hace cada vez más escarpada y tiene que acudir a tramas cada vez más complejas de relaciones, acciones y estrategias extra-literarias, cuando no Facebook-Tweeteras-Y-Lo-Que-Venga.
Es un hecho que los escritores reconocidos tienen que hacer elecciones que nada tienen que ver con la literatura para que sus obras (más bien el nombre de su autor) alcancen cierta resonancia pública. El aspirante a profesionalizarse debería ser muy consciente de todo eso desde un ángulo mayormente crítico, sobre todo por el defecto de omisión de lo poco estudiado que está todo esto. Se diría que hay un poderoso tabú para desmontar el régimen de la autoría tradicional y las complejas tramas, cuando no inevitables contradicciones, que las autoras y los autores tienen que poner en práctica al enfrentar la mercantilización de su trabajo creador como una posible forma de subsistencia: en realidad, para la gran mayoría de creadores que han conseguido asentar su nombre en el paisaje de las letras actuales, los ingresos de su creación son un mero complemento. De hecho hace ya tiempo que se afianza un nuevo fenómeno: muchos autores con obra publicada de forma sostenida, ganan bastante más impartiendo talleres o, como en tu caso, especializándose en una temática y dando conferencias.
Tras observar la evolución de este fenómeno en primera línea durante las últimas décadas, uno ha llegado a la conclusión de que en la gran mayoría de autores, a la hora de escribir y compartir lo escrito, primaría más la necesidad de expresar su mundo imaginario (o estrictamente realista, según) que una aspiración a un oficio del que vivir. En suma, que seguirían escribiendo aunque se tuviesen que ganar la vida de otra manera. Algo que conecta bien con nuestra percepción de que lo que llamamos escribir (en el sentido de contar historias, traslucir poéticamente nuestro mundo sensible, traducir en lenguaje comprensible la experiencia sensible del mundo y de la propia existencia) es algo consustancial a la condición humana. En suma, que de una u otra manera sería una necesidad, más o menos desarrollada o agudizada, de todo/a ser humana/o.
Nos interesaría en ese sentido conocer cómo crees tú que la enseñanza pública debería abordar esa posible necesidad común. No tanto para que surjan grandes escritores profesionales , como para canalizar un espacio garantizado de expresión creativa, narrativa o poética, a cualquier miembro de la sociedad. Y si detectas posibles conflictos (y posibles soluciones) en esa suerte de democratización de la herramienta y los canales expresivos, en la convivencia entre un sector literario muy especializado, profesionalizado, y otro aficionado, abiertamente popular y masivo, que conquistase mayores márgenes en los que poder ser también atendido, al precio quizás de hurtar margen de protagonismo al sector porfesional.
INTERVENCIÓN 8 – Laura Freixas
Efectivamente, a lo más que hemos llegado muchas escritoras y escritores de mi generación en España es a que los ingresos por la creación propiamente dicha sean un complemento a nuestros ingresos principales, que proceden de otras fuentes… y aun así, nos damos con un canto en los dientes, porque conseguimos escribir, publicar y que nos lean.
Lo cual plantea, como tú bien apuntas, la cuestión de si quienes sentimos la necesidad de expresar un mundo interior (a la pregunta «por qué escribes», una de mis respuestas posibles es «para saber qué tengo dentro») lo haríamos igualmente aunque nos tuviéramos que ganar la vida de otra manera. Yo creo que sí, indudablemente, y de hecho es lo que nuestras vidas demuestran: con poquísimas excepciones, hoy las y los escritores nos ganamos la vida de otra manera. Pero para mí la cuestión importante es: ¿qué consecuencias tiene esa circunstancia sobre la creación, sobre nuestra obra? Porque el problema no es solo individual (cómo se ganan la vida las personas que escriben) sino social (qué literatura estamos poniendo a disposición de la sociedad). Dicho de otra manera: si solo podemos escribir a salto de mata, a ratos perdidos, ¿podremos producir esas grandes novelas que quizá nuestro talento haría posibles, pero que requieren mucho tiempo, mucho trabajo ininterrumpido, una gran concentración?
Probablemente, que las y los escritores tuviéramos las condiciones (mediante ayudas e instituciones públicas o privadas) para encerrarnos en alguna torre de marfil durante años no sería bueno para nuestra obra, en la medida en que nos desconectaría de esa misma vida social, de esas mismas limitaciones y dificultades humanas, que pretendemos reflejar. Pero las condiciones actuales, tan arduas para casi todas nosotras/os, sospecho que nos están privando de una producción que podría ser mucho más abundante y de envergadura. Creo que este es un debate necesario, y que no se está produciendo.
NOTA- Laura declinó responder a la última pregunta de nuestra anterior intervención debido a que le resultaba demasiado ajeno el ámbito aficionado al que nos referíamos.