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Entrevistamos a Anelio Rodríguez Concepción, escritor y profesor, autor de Historia ilustrada del mundo, dentro de la serie La enseñanza de la creación, una reflexión sobre las didácticas dirigidas al trabajo con la creatividad. Hemos entresacado algunas de sus respuestas, pero la entrevista completa puede leerse (y comentarse) aquí

Fotografía y literatura
Desde niño, quizá inspirado por lo que veía en los viejos álbumes familiares, hice uso de las cámaras de mi padre, que era aficionado a la fotografía y al cine (…) la fotografía venía a alimentar esa pulsión de narrador en ciernes. Me gustaba hacer fotos y me gustaba también, más aún si cabe, ver fotos, quizá porque sugerían el planteamiento, el desarrollo y el desenlace de mil y una historias. (…) Casi sin querer, emprendí la conquista del alma de la literatura, esa cosa indefinible que Borges reconoce como “entonación”. Llegué a la entonación a partir de la imagen. No nos engañemos, esto es mucho más que una sinestesia. Las imágenes, fieles a la realidad en la misma medida en que dependen de elementos tan subjetivos y en ocasiones tan azarosos como el encuadre, el enfoque o la velocidad de obturación, actúan como palancas: sugieren, no dictan.

¿Escritores digitales?
… mientras escribo, me tranquiliza saber que con el simple cliqueo del dedo índice puede fluir ahí mismo un manantial de información incesante —imágenes, sonidos y palabras—, testimonio indirecto de casi todo lo que hay entre el cielo y el infierno, y aun en el propio cielo y en el propio infierno. Evidentemente, en el ordenador no habitan las musas, ni muchísimo menos, y sin embargo presta un servicio inmediato que en cierto modo reanima la creatividad individual al tiempo que engrasa los mecanismos de la expresión...

Nuestros hijos: una generación nativa
Los jóvenes que están interesados en experimentar con el lenguaje audiovisual aprenden enseguida a grabar, a editar vídeos, a manipular imágenes, a multiplicar los frutos de su imaginación como nunca lo habían hecho las generaciones precedentes. Sin ánimo de establecer comparaciones con lo ya vivido –trampa en la que caen de bruces los nostálgicos–, compruebo que el talento de los alumnos brillantes llega ahora más lejos y con más probabilidades de éxito. Quizá los idealice, pero estos ejemplos, no tan abundantes como uno quisiera en medio de la abrumadora estandarización de los hábitos y las apetencias “culturales”, te dejan boquiabierto. (...) En los últimos años me he encontrado con poetas atrevidos, magníficos creadores de cómic, cineastas y fotógrafos autodidactas, diseñadores de moda, músicos experimentados, ingenieros vocacionales con propuestas increíbles, informáticos de primer nivel, etc. Con todos ellos se aprende muchísimo. Es un deber moral aprender con ellos.

La revolución incruenta del taller de escritura en el aula
Suelo decir a comienzo de curso que lo ideal sería dedicar las clases por entero a leer y a hablar sobre lo leído; y a hacer talleres de escritura dejándonos sacudir por el sentido crítico.(...) Por otro lado surge el reto de incentivar la creatividad. Algunos chicos andan con sus primeros pinitos como escritores, y ahí tenemos que darles aliento leyendo con rigor sus textos, recomendando más y más lecturas, prestándoles libros, desbrozando el camino sin imponer nada, haciéndoles ver que para encontrar su propia voz no les queda más remedio que desarrollar la experiencia lectora en muchos frentes paralelos. (...)  del mismo modo que hay que saber encontrar los límites divisorios entre unas artes y otras, hay que mostrar su potencial combinándolas en el proceso de formación de niños y adolescentes. (...) Los adolescentes siempre sorprenden con su desparpajo porque actúan libres de prejuicios. Han leído poco y acaso por eso se dejan llevar por un atrevimiento envidiable, cuando menos inspirador. 

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