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Del 11 de junio al 10 de septiembre de 2018 estará abierta la III convocatoria de Historias del viaje en el Club de escritura. Con 1000 euros en premios y promoción de las obras ganadoras, el plazo de admisión de originales será hasta el 10 de septiembre, las votaciones serán del 11 de septiembre al 8 de octubre y el fallo del Jurado el 31 de octubre. 

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De la introducción:

Escribir es también reenfocar. Una cuestión de actitud. Cuando os pedimos una historia de familia, o de la calle, o del trabajo, os pedimos explorar vuestros entornos más inmediatos, los que os son más conocidos, para estimular vuestra atención y buscar ahí el material para escribir, reenfocándolo. Con ese mismo fin de buscar en las experiencias más directas intensidad y autenticidad, el planteamiento de Historias del viaje es sumarle un nuevo nivel a esa reflexión sobre lo vivencial, con la invitación a aproximarse a eso que no consideramos próximo, que buscamos fuera de nuestro entorno o nuestra rutina. Supone, por eso, un plus de esfuerzo sobre los otros concursos del cuadríptico. Un mayor compromiso. Porque acercarse a lo desconocido es uno de los impulsos fundamentales de la labor artística. El viaje y la narración como búsqueda (y registro) del extrañamiento, para mirar distinto: más y mejor. Porque también narrar requiere una distancia: distancia de los hechos, distancia de la experiencia para encontrar un relato. Lo que decía Beckett: el artista es el que fracasa donde nadie se atreve a hacerlo. O Bolaño: el que mete la cabeza en lo oscuro, el que se aleja hacia lo desconocido: “hacia lo que nos aterroriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha”.

Viajar no es hacer turismo, o no necesariamente. El turista parece asumir unas directrices externas que le organizan el viaje y se lo hacen más cómodo, pero también menos estimulante, demasiado rodado todo como para implicarse más allá de dejarse llevar de un lado a otro. Viajar aquí quiere significar más bien conocer, comprender lo otro, ponerse en el lugar del otro. El desplazamiento puede ser mínimo. Es más bien una cuestión de disposición, por cuanto tiene de desubicación, de tener que orientarse de nuevo, de manejarse con unas coordenadas a las que uno no está hecho (y por tanto también probarse a sí mismo). El viajero, dice Javier Reverte, es el que carece de sentido de la propiedad, el que solo quiere irse. Es conocer una realidad ajena e intentar explicártela ordenando sus elementos en un relato para hacerla tuya.