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La convocatoria comienza el 12 de marzo y el plazo de admisión de originales abarca hasta el 11 de junio. El periodo de votaciones será del 12 de junio al 11 de julio y el fallo del Jurado el 31 de julio de 2018

Las obras presentadas no pueden contener más de veinte fotografías, más de 1000 palabras y vídeos (alojados en plataformas externas del tipo Youtube o Vimeo) de más de cinco minutos de duración. Pueden combinarse los tres registros hasta superarse en cada caso sus máximos. Cada participante podrá presentar un máximo de una obra que deberá ser original e inédita.

Se pueden consultar las bases de la convocatoria y participar en: https://clubdeescritura.com/convocatoria/concurso-historias-del-trabajo-3/

De la introducción: 

Historias del trabajo, también en esta tercera convocatoria, quiere animar a los participantes a explorar sus entornos más cercanos. De inspiración realista, busca la intensidad y autenticidad que surgen de las experiencias directas y vivenciales. Con esta nueva propuesta os invitamos a contar historias que han tenido como escenario un lugar de trabajo (o en esas zonas limítrofes que son el desempleo o la formación). Puede ser de carácter testimonial o ficcional. Pueden ser propias o de otros compañeros. Antiguas o actuales. O, con un carácter más evocador, sobre la misma empresa o fábrica, y su organización, o sobre un hecho relevante o revelador: Historias mínimas, pero que reverberan todavía en el recuerdo del protagonista o el testigo, a veces amables, agradecidas, pero otras el registro de los embates de una realidad que puede ser demoledora.

El trabajo o, mejor, la relación del individuo con el trabajo, se mueve en un espectro de impresiones enorme, con una escala que tiene en un extremo su comprensión como realización de la persona y en el otro como castigo divino. Para unos el trabajo es el espacio en el que buscar sus metas vitales, desde donde poder hacer balance del éxito o fracaso de sus vidas. Un dios al que sacrificarlo todo (familia, tiempo, salud, aficiones…) con tal de tenerlo satisfecho. Para otros es esencialmente el castigo que impone Yahvé a Adán tras sorprenderlo pecando en el Paraíso: “Comerás el pan con el sudor de tu rostro”. Un fastidio necesario, pero que en circunstancias difíciles puede parecer, incluso en sus versiones más injustas y grotescas, un lujo, particularmente para colectivos que lo tienen todavía un poco más complicado (las mujeres, por ejemplo, la mitad de la población). Un espectro, por tanto, en el que caben todos los tonos para las historias.

Algunos relatos que han participado estos dos últimos años miraron al pasado, nostálgicos por ese mayor espacio para la artesanía y el campo, u horrorizados, por las condiciones durísimas que vieron en los oficios de sus padres y abuelos o que recordaron de su juventud. Otros al presente, con escenarios cambiantes, con una distancia mayor con el producto creado y menos apego por el patrón, y con relaciones más efímeras por una vida social más tangencial al puesto de trabajo, pero también con el entusiasmo o incluso el vértigo por las nuevas posibilidades que se van abriendo. Funcionaban muchos como denuncia, antídoto o aval de las predicciones que se repiten con cada cambio de ciclo, ahora con el que se espera de la sustitución de los trabajadores por robots. En un extremo: historias como las de los obreros excluidos de Ken Loach. En el otro: historias como la del carpintero Geppetto, que hace con sus propias manos a su hijo de madera. O su reverso: el Golem. O cualquiera de sus réplicas cibernéticas: lo que permite también aquí escribir sobre las relaciones laborales que intuimos para un futuro ya inmediato.